martes, 19 de abril de 2016

Entre mediocres anda el juego

Últimamente ando un poco desconcertado. 
Siempre he tenido la idea de que la  excelencia en el trabajo era un objetivo a alcanzar con el fin de conseguir un éxito laboral medianamente aceptable. Sin embargo me estoy dando cuenta de que estaba en un error de considerables dimensiones. Hoy día hay que ser del montón, donde la mediocridad parece un requisito a cumplir. Son innumerables las ocasiones en las que esta mediocridad sale a flote con considerable éxito. Se premia al vago, al incompetente, al necio. Si alguien, en su trabajo, ofrece un rendimiento irrisorio, se le premia quitándole funciones pero cobrando lo mismo; para algo están los becarios, para esconder las carencias de una escasez de creatividad, talento, o simplemente de ganas y voluntad. 
No me voy a esforzar mucho, a ver si me piden más. 
Éste parece ser el  leimotiv que hoy día rige nuestro marcado laboral. 
Es cierto también, que la calidad se paga, pero tengo más que demostrado que la mayoría de las veces es mucho más rentable hacer las cosas bien una vez, que hacerlas mal muchas, o simplemente que el control de calidad tenga un listón tan bajo (a veces casi inexistente) que damos por normales cosas que si nos paráramos a pensar un momento nos echaríamos las manos a la cabeza. Anteponer precio a calidad nos hace conformarnos con "lo que hay"
Tenemos mediocridad a diestro y siniestro. Empezando por nuestros políticos, que no destacan precisamente por su brillantez. ¿Quién no ha ido a un restaurante donde a los camareros el adjetivo incompetente se les queda corto, y que vuelves al tiempo con igual resultado?. ¿Quién no tiene un compañero que se hace el tonto para que no le asignen más faena, y cuando lo hacen, todavía se queja de que tiene demasiado trabajo?
Siempre hay excepciones a la regla, y a esta gente se la ve como gente rara, fácilmente irritable, que a ojos de los mediocres se preguntan por qué ponen tanto esfuerzo en querer hacer algo bien cuando se pude hacer mal en la mitad de tiempo. El problema es que no pasa nada. Siempre se ponen más pegas por querer hacer las cosas decentemente que por hacerlas mal. Mientras no dejemos de premiar la mediocridad, no tendremos derecho a quejarnos de cómo van las cosas. 
Yo, por mi parte, prefiero esforzarme en hacer las cosas bien. No suelo dormir mucho, pero cuando lo hago prefiero hacerlo con la conciencia tranquila.  

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